Sabemos que la realidad política supera a la ficción, pero no está mal jugar con la comedia y el humor ácido para desenmascarar y ridiculizar al poder y a los poderosos, a los tiranos y a sus aprendices. Necesitamos de la burla y la carcajada, aunque sean amargas. Y así, el miércoles 8 veremos que pasaría si un Hitler despistado reapareciera de repente (Ha vuelto, de David Wnendt) y el miércoles 15 nos asomaremos al holocausto nuclear pilotado por imbéciles (¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú, de Kubrick). Después, el 21 fabularemos con un Pinochet vampiro (El conde, de Pablo Larraín) y el miércoles 28 asistiremos al funeral de Stalin y sus entresijos (La muerte de Stalin, de Armando Iannucci). Fin de traca el 28 con un presidente de EE.UU. inventando (¿cómo?) una guerra (La cortina de humo, de Barry Levinson). Todos los días señalados, a las 19:30, se os convoca para contemplar las miserias de los que mandan con las indispensables gafas de la ironía.
